La arcilla de la vida

La arcilla de la vida

El barro ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes, moldeando junto a nosotros formas de vida, cultura y creatividad. En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, el IBE (CSIC-UPF) presenta una jarra de barro que simboliza la diversidad, la inclusión y la evolución compartida. Conversamos con el equipo de investigación del IBE para descubrir los vínculos evolutivos que conectan nuestra historia con esta artesanía ancestral.
04.12.2025

Imatge inicial - Jarra de la campaña del IBE "Sin diversidad no hay futuro"

El barro siempre ha estado con nosotros. Formaba parte de nuestro hogar en las cuevas, lo moldeamos junto al entorno y su artesanía evolucionó con nuestra imaginación a lo largo de los siglos, en todo el mundo. 

Con motivo del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, 3 de diciembre, el Comité de Diversidad del Instituto de Biología Evolutiva (IBE: CSIC-UPF) ha creado una jarra de barro que simboliza tradición, cuidado y evolución cultural. Hoy hablamos con el equipo de investigación del IBE (CSIC-UPF) para desvelar los lazos evolutivos que compartimos con esta artesanía.

Las primeras manos que moldearon la arcilla

Para comprender los orígenes de la artesanía con el barro hablamos con Vanessa Villalba, investigadora principal del grupo de Arqueogenómica del IBE. Su trabajo combina la genómica y la arqueología para descifrar el pasado de los seres humanos. En este campo, las artesanías de los yacimientos cobran especial relevancia.

 “Los grabados en arcilla del paleolítico muestran que el simbolismo, la ritualidad y la creatividad ya formaban parte de aquellas sociedades prehistóricas”, comenta Vanessa Villalba, investigadora principal del IBE.

“En la arqueogenómica tratamos de ver si los cambios culturales que se producen a lo largo de la historia de la humanidad se correlacionan con cambios genéticos derivados de las migraciones y las mezclas entre grupos poblacionales del pasado”.

Sobre las personas que moldearon esas primeras arcillas en la prehistoria, la investigadora explica que estos objetos revelan tanto su modo de vida como su expresividad. “Los grabados en arcilla de la Cueva de Chauvet o el arte mueble paleolítico muestran que el simbolismo, la ritualidad y la creatividad ya formaban parte de aquellas sociedades”.

Las primeras vasijas cocidas surgieron en Oriente Próximo, en Anatolia, entre grupos que ya habían domesticado plantas y animales durante el Neolítico. Unos dos mil años después, estas técnicas alcanzaron la península ibérica.

“En los yacimientos de la península en contextos Neolíticos, encontramos una mezcla de dos linajes: el presente en la península antes del Neolítico y otro con trazabilidad hasta Anatolia. Esto permite determinar que no solo se movieron las ideas de domesticación y la artesanía del barro, sino también las personas que contribuyeron a la historia genética de Europa”. 

Las variaciones decorativas en las vasijas a menudo sirven como marcadores cronológicos, permitiendo fechar y relacionar yacimientos arqueológicos. Incluso es posible recuperar restos moleculares de lo que contenían, como trazas de fermentaciones antiguas o productos lácteos.

Entre las piezas halladas en la península, la investigadora del IBE destaca la cerámica con decoración “Cardial”: patrones hechos de conchas marinas.  “Son visualmente preciosas y, gracias a la arqueogenómica, hoy sabemos que las personas que producían y transportaban estas cerámicas viajaron a lo largo del Mediterráneo hace unos 7000 años, de Este a Oeste. Son objetos pequeños, pero que revelan conexiones humanas a gran escala”.

Las conexiones humanas también se reflejan en los ritos que emplearon artesanías. Las vasijas de barro cobraron especial relevancia en el ámbito funerario durante la Edad de Hierro, en la que surgieron los “campos de urnas”.

“En estas necrópolis, la comunidad fabricaba una vasija específicamente para cada persona fallecida. Aquí, la cerámica se convierte en un objeto de cuidado y recuerdo, hecho a medida para cada miembro del grupo. Una práctica que continuaría en la época romana, sobre todo en el caso de niños fallecidos”, concluye Villalba.

Una tecnología transformadora

Tras sus primeros pasos en la prehistoria, la artesanía del barro se extendió y evolucionó en todo el mundo, con utilidades tan diversas como las civilizaciones y culturas que las moldearon. Hablamos con Sergi Valverde, investigador principal del grupo de Evolución de Redes del IBE, para descubrir cómo su evolución acompañó a la humanidad.

 "La cerámica evoluciona con nosotros porque surge de las capacidades humanas de imitación, aprendizaje social y memoria acumulativa, que evolucionaron por selección natural", comenta Sergi Valverde, investigador principal del IBE.

El investigador explica que la artesanía del barro siguió los modelos de evolución cultural. “La expansión fue muy rápida porque la técnica era relativamente sencilla de aprender, los materiales estaban al alcance de muchas comunidades y la gente ya dominaba el fuego, lo que permitía producir los objetos de manera fiable”, comenta Valverde.

Imagen durante la creación de la jarra del IBE. Crédito a Laura Fraile.

Según Valverde, las variaciones que surgieron en esta artesanía en las distintas culturas se deben a una mezcla de función, materiales disponibles, tradiciones culturales y valores estéticos. “Algunas culturas necesitaban jarras con asas largas para transportarlas fácilmente, mientras que otras optaron por formas más compactas porque el barro local era más frágil o difícil de moldear”.

Por otro lado, la tradición y la estética también jugaban un papel importante, y a veces la forma o la decoración se mantenía por prestigio o rituales. “En algunas ocasiones, esto hacía que el diseño de las jarras de barro se mantuviera estable, como las ánforas grecorromanas, o la cerámica Longshan en China, que se mantuvieron casi idénticos durante siglos”.

Con todo ello, el experto en evolución cultural describe la cerámica como un sistema evolutivo con variación, selección y transmisión. “La cultura no es algo “parecido” a la biología, sino una parte esencial de la biología humana. La cerámica evoluciona con nosotros porque surge de las capacidades humanas de imitación, aprendizaje social y memoria acumulativa, que evolucionaron por selección natural”.

Según los expertos en evolución cultural, la cultura es un subsistema dentro de la evolución humana, una extensión de la biología evolutiva, y no un dominio separado. Un enfoque filogenético que se está aplicando cada vez más en arqueología.

Es el caso del artículo de revisión publicado en Biological Theory y coliderado por el mismo investigador: “Artefactos que dejan huellas: cómo construir filogenias culturales en arqueología”. En él se muestra cómo los artesanos copian, modifican, y transmiten técnicas y diseños mediante el aprendizaje social. Esto genera linajes culturales que, incorporando las particularidades propias de la cultura, pueden estudiarse del mismo modo que se estudian las especies conectadas por genealogía. 

El árbol filogenético de las vasijas de barro muestra cómo, a partir de una forma ancestral, surgen variantes que exploran soluciones distintas en proporciones o forma del cuello.  “Algunas se extinguen; otras continúan acumulando innovaciones. De un vistazo, la filogenia revela algo que la tipología tradicional tiende a ocultar: la evolución material no es lineal, sino un proceso ramificado de divergencia e innovación”, concluye Valverde.

Una artesanía ancestral y actual

La artesanía del barro nos ha acompañado desde la prehistoria hasta hoy gracias a la combinación de innovación, aprendizaje social y movilidad. Pero ¿qué conservamos de esta técnica ancestral? Hablamos con la artista Laura Fraile, autora de la jarra creada para el IBE, una pieza que une arte, diseño  y ciencia.

"La técnica del nerikomi introduce una parte de azar en el proceso creativo. Con ello quise destacar la diversidad genética y la variabilidad en las poblaciones humanas", apunta Laura Fraile, artista y ceramista creadora de la jarra y el grafismo de la campaña de diversidad funcional para el IBE.

Para elaborarla, Fraile modeló la pieza a mano mediante la construcción de “churros” de barro y combinó esta técnica con la plancha para obtener el efecto propio del nerikomi, donde se mezclan diferentes colores o tipos de arcilla. “Esta técnica introduce una parte de azar en el proceso creativo. Con ello quise destacar la diversidad genética y la variabilidad en las poblaciones humanas”.

La forma de la jarra se inspira en la cerámica campaniforme del Mediterráneo calcolítico, mientras que el asa incorpora criterios de accesibilidad, inspirados en vasos adaptados para personas con diversidad funcional. Para vincular la pieza con Barcelona, la artista empleó el trencadís gaudiniano, recordando cómo lo fragmentado puede integrarse en un conjunto mayor, del mismo modo que las mutaciones contribuyen a la evolución humana.

Para Fraile, trabajar el barro sigue siendo una práctica que nos conecta con la experimentación, la paciencia y el cuidado mutuo. Una artesanía ancestral que, miles de años después, continúa siendo un espacio de expresión y cuidado de la comunidad.